jueves, 26 de febrero de 2015

Un roce de mis manos

Recorren tu cuerpo raudas, presurosas, arácnidas, sin control. Surcan ávidas tu forma, sin detenerse, sin clemencia; no cuentan presente, pasado ni futuro, porque esos testimonios no te pertenecen.

Las historias son de otro cuerpo, en el que se detienen, los dedos regordetes de oscuras uñas danzan en una melodía sinuosa, se pausan en cicatrices, enseñando también las suyas, la de la tierna infancia en la yema del dedo; la del reverso, acuática, marina, asfixiante. Saltan quedas por su pecho juntando los dedos, tantas veces rotos, los mismos que surcan melodías en el aire, esos que acarician palabras, los pequeños dedos con rojeces de intentar aprender a pulsar bien las cuerdas, martillean un poco el pecho, como llamando a la puerta.

Crees que las conoces, aunque ahora, meciéndose en caricias sin rumbo te resulten ajenas, piensas que sabes de ellas, de ese devenir rápido por las teclas juntando palabras, de esa danza siguiendo melodías, de su impostura cuando actúan, pero no te revelan – a ti no – sus secretos, porque esos ya tienen refugio, en otras manos, con otros sueños.

Historias deseas aprender de su toque gélido, jugando con ellas, rozando el frío metal de los anillos, recorriendo con tu largo dedo esos caminos del destino de los que huyen, sin embargo te brindan narraciones, cuentos, leyendas mentirosas, esquivas, falsas promesas.


Cuando por fin se despiden de ti, algo más templadas, buscan refugio en el bolsillo, juguetean con algún papel perdido y al separarse hasta otro día, otro encuentro prometido, la glacial caricia ha vuelto a los dedos, que rozan los tuyos en silenciosa despedida para segundos más tarde buscar algún libro en el bolso, olvidándote camino a casa.

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Primer ejercicio del curso de creación literaria. Octubre 2014

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Yavannna

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