Recorren
tu cuerpo raudas, presurosas, arácnidas, sin control. Surcan ávidas
tu forma, sin detenerse, sin clemencia; no cuentan presente, pasado
ni futuro, porque esos testimonios no te pertenecen.
Las
historias son de otro cuerpo, en el que se detienen, los dedos
regordetes de oscuras uñas danzan en una melodía sinuosa, se pausan
en cicatrices, enseñando también las suyas, la de la tierna
infancia en la yema del dedo; la del reverso, acuática, marina,
asfixiante. Saltan quedas por su pecho juntando los dedos, tantas
veces rotos, los mismos que surcan melodías en el aire, esos que
acarician palabras, los pequeños dedos con rojeces de intentar
aprender a pulsar bien las cuerdas, martillean un poco el pecho, como
llamando a la puerta.
Crees
que las conoces, aunque ahora, meciéndose en caricias sin rumbo te
resulten ajenas, piensas que sabes de ellas, de ese devenir rápido
por las teclas juntando palabras, de esa danza siguiendo melodías,
de su impostura cuando actúan, pero no te revelan – a ti no –
sus secretos, porque esos ya tienen refugio, en otras manos, con
otros sueños.
Historias
deseas aprender de su toque gélido, jugando con ellas, rozando el
frío metal de los anillos, recorriendo con tu largo dedo esos
caminos del destino de los que huyen, sin embargo te brindan
narraciones, cuentos, leyendas mentirosas, esquivas, falsas promesas.
Cuando
por fin se despiden de ti, algo más templadas, buscan refugio en el
bolsillo, juguetean con algún papel perdido y al separarse hasta
otro día, otro encuentro prometido, la glacial caricia ha vuelto a
los dedos, que rozan los tuyos en silenciosa despedida para segundos
más tarde buscar algún libro en el bolso, olvidándote camino a
casa.
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Primer ejercicio del curso de creación literaria. Octubre 2014
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Yavannna
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