martes, 24 de febrero de 2015

Palabras

Nunca había sentido tanto amor. Nunca había sentido.
La delicadeza con la que la que él la creaba y le daba forma, el deambular presuroso del bolígrafo sobre el papel perfilando su melena larga, negra (no, mejor no) castaña.

Escribía cómo sus movimientos eran sosegados en una calle nocturna, mal iluminada y Carolina -Si, Carolina era un buen nombre, como aquella amiga de la infancia- después de escuchar un golpe miraba inquieta las sombras.

Ahora le hacía mirar a los lados, su paso se aceleraba, pero ella sabía que cada palabra, cada letra que él plasmaba en el papel pensándola, sólo podía significar un amor eterno.

Sus ojos verdes buscaron sombras más allá, atemorizados la sombra del hombre, raudos más allá de las callejas, su silueta dibujada por las sombras de las farolas.”

Carolina buscaba a través de las tinieblas de ese mundo que se estaba dibujando tembloroso a su alrededor, intentaba levantar la mirada sobrepasando esa aún exigua cárcel de papel en la que él, su amado, su creador, la estaba haciendo prisionera. Quería alzarse, ver el Universo que empezaba en la punta de ese bolígrafo. Tocar eso sueños de los que ella había nacido con la punta de los dedos.

Sus ojos verdes buscaron su silueta dibujada por las sombras de las farolas, pero no consiguieron encontrarla. Carolina se sintió desconcertada y frenando en seco bajo una de las luces, extendió la mano para comprobar que no proyectaba sombra alguna. Incrédula, decidió pellizcarse para comprobar que no era un mal sueño, pero al sentir dolor en el brazo supo que estaba despierta, en esa calle, por la que tantas veces había pasado de vuelta a casa.

Llena de temor acercó a la luz el primer objeto que encontró, una lata de refresco que alguien había arrojado al suelo. La lata abollada inmediatamente proyectó una difusa sombra sobre el pavimento, mientras que la mano que la sujetaba era traspasada por la luz.”


Leyó por segunda vez en voz alta lo que llevaba escrito mientras golpeaba nervioso con el bolígrafo sobre la mesa. No conseguía averiguar qué es lo que estaba mal en la historia ¡Lo había tenido tan claro hacía un par de horas, cuando había decidido escribirla!. Enfadado arrancó el papel del cuaderno y arrugándolo lo tiró a la papelera.

-¡No! -Quiso gritar ella -¡Estoy aquí! ¡Te amo! ¡Termina de crearme, no me importa no tener sombra!


La tinta azul se desdibujó por un momento, llorando, arropando tiernamente a la recién nacida, ya muerta.
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Yavannna

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