El molesto traqueteo y el
quejoso rugir del motor subiendo las empinadas cuestas pararon de
golpe. El camión se detuvo y escuché cómo el conductor abría la
puerta y bajaba de la cabina, se desperezó haciendo ruido y riendo
dio un golpe a la mercancía – todas esas jaulas – quizá
pretendiendo despertarme, como si los baches, el ruido y la situación
fueran a permitirme dormir.
A penas se filtraba
claridad bajo la lona que tapaba el cargamento y la poca que llegaba
hasta mis doloridos ojos era artificial.
-¡Bien! -pensé –si es
de noche a lo mejor no hemos llegado a nuestro destino, puede que
sólo haya parado para descansar –rápidamente deseché la idea, él
nunca habría cometido esa imprudencia y si así fuera, no se habría
molestado en despertarme. El viaje para mi había concluido, pero aún
me quedaban unos minutos y en ese periodo de tiempo yo haría todo
lo posible por huir.
Esperé callada, quieta,
escuchando cada movimiento de mi cazador, sabía que de nada serviría
que gritara pidiendo auxilio, en aquel lugar nadie haría caso a mi
desesperación, no esta vez, no después de aquella otra.
Los pasos de mi carcelero
se alejaron tranquilos, no tenía prisa y casi parecía regocijarse
del momento, quizá porque yo le había resultado un poco más
complicada de cazar de lo que él quería, quizá porque luché con
todas mis fuerzas para escaparme de sus garras, o puede que por la
tremenda patada que le dí en la entrepierna cuando consiguió
capturarme.
Aprovechando mi breve
soledad busqué con lo que abrir mi puerta, alguna cosa que me
hubiera pasado desapercibida antes, mis heridas manos tantearon
alrededor buscando cualquier objeto que pudiera sacarme de allí. Las
jaulas que me rodeaban estaban vacías, no encontré nada que me
sirviera para abrir o forzar la cerradura. Desesperada, con la fe
ciega del condenado, intenté arrancar por millonésima vez los
goznes de mi prisión, forzar la salida. Las saladas lágrimas
marcaron regueros de impotencia y desesperación en mi sucio rostro.
No quise darme por vencida –aún no- pero poco más había que
pudiera hacer. Encogida, haciendo toda la fuerza que era capaz en la
incómoda postura que me permitía mi cautiverio, no cejé en el
empeño, pero la lona se retiró de golpe y dejó al descubierto la
plaza del pueblo, por un instante solo escuché la risa de mi captor
y el barullo de aquellos que le habían encargado buscarme.
Desde mi postura solo
podía ver la alta torre casi derruida de la vieja iglesia, hacía
tanto tiempo abandonada, golpeé los barrotes, grité, amenacé con
herirme, pero fuertes manos zarandearon mi prisión obligándome a
callar con las sacudidas.
El conductor, mi captor,
mi enemigo, despejó el cargamento y con la ayuda de los otros, tiró
mi jaula al suelo riendo. Como por descuido consiguió encajar una
patada en mi costado sorteando las rejas. La cabeza aún me zumbaba
cuando vi su ladina cara sonriente agacharse y mirarme, mientras
pasaba un papel delante de mi cara, para asegurarse de que pudiera
verlo. Lo miré con odio, creo que intenté escupirle y él empujó
la caja; después se llevo el talón al bolsillo del pantalón.
El trabajo estaba echo,
la mercancía, entregada.
El motor se alejó
serpenteando calle abajo, mientras tanto yo me aferré al último
resquicio de mi consciencia, luchando por que aquella no fuera mi
última noche.
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Noviembre 2014. Escrito bajo la premisa: "En la plaza entró un camión lleno de jaulas"
_________________Yavannna

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