jueves, 26 de febrero de 2015

La última noche

El molesto traqueteo y el quejoso rugir del motor subiendo las empinadas cuestas pararon de golpe. El camión se detuvo y escuché cómo el conductor abría la puerta y bajaba de la cabina, se desperezó haciendo ruido y riendo dio un golpe a la mercancía – todas esas jaulas – quizá pretendiendo despertarme, como si los baches, el ruido y la situación fueran a permitirme dormir.

A penas se filtraba claridad bajo la lona que tapaba el cargamento y la poca que llegaba hasta mis doloridos ojos era artificial.
-¡Bien! -pensé –si es de noche a lo mejor no hemos llegado a nuestro destino, puede que sólo haya parado para descansar –rápidamente deseché la idea, él nunca habría cometido esa imprudencia y si así fuera, no se habría molestado en despertarme. El viaje para mi había concluido, pero aún me quedaban unos minutos y en ese periodo de tiempo yo haría todo lo posible por huir.
Esperé callada, quieta, escuchando cada movimiento de mi cazador, sabía que de nada serviría que gritara pidiendo auxilio, en aquel lugar nadie haría caso a mi desesperación, no esta vez, no después de aquella otra.

Los pasos de mi carcelero se alejaron tranquilos, no tenía prisa y casi parecía regocijarse del momento, quizá porque yo le había resultado un poco más complicada de cazar de lo que él quería, quizá porque luché con todas mis fuerzas para escaparme de sus garras, o puede que por la tremenda patada que le dí en la entrepierna cuando consiguió capturarme.

Aprovechando mi breve soledad busqué con lo que abrir mi puerta, alguna cosa que me hubiera pasado desapercibida antes, mis heridas manos tantearon alrededor buscando cualquier objeto que pudiera sacarme de allí. Las jaulas que me rodeaban estaban vacías, no encontré nada que me sirviera para abrir o forzar la cerradura. Desesperada, con la fe ciega del condenado, intenté arrancar por millonésima vez los goznes de mi prisión, forzar la salida. Las saladas lágrimas marcaron regueros de impotencia y desesperación en mi sucio rostro. No quise darme por vencida –aún no- pero poco más había que pudiera hacer. Encogida, haciendo toda la fuerza que era capaz en la incómoda postura que me permitía mi cautiverio, no cejé en el empeño, pero la lona se retiró de golpe y dejó al descubierto la plaza del pueblo, por un instante solo escuché la risa de mi captor y el barullo de aquellos que le habían encargado buscarme.

Desde mi postura solo podía ver la alta torre casi derruida de la vieja iglesia, hacía tanto tiempo abandonada, golpeé los barrotes, grité, amenacé con herirme, pero fuertes manos zarandearon mi prisión obligándome a callar con las sacudidas.

El conductor, mi captor, mi enemigo, despejó el cargamento y con la ayuda de los otros, tiró mi jaula al suelo riendo. Como por descuido consiguió encajar una patada en mi costado sorteando las rejas. La cabeza aún me zumbaba cuando vi su ladina cara sonriente agacharse y mirarme, mientras pasaba un papel delante de mi cara, para asegurarse de que pudiera verlo. Lo miré con odio, creo que intenté escupirle y él empujó la caja; después se llevo el talón al bolsillo del pantalón.

El trabajo estaba echo, la mercancía, entregada.


El motor se alejó serpenteando calle abajo, mientras tanto yo me aferré al último resquicio de mi consciencia, luchando por que aquella no fuera mi última noche.
_________________
Noviembre 2014. Escrito bajo la premisa: "En la plaza entró un camión lleno de jaulas"
_________________
Yavannna

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Design by Studio Mommy (© Copyright 2015)