Tuvimos la suerte y la
desgracia de caer entre medias de dos sistemas educativos. La suerte
fue que todos veníamos de la EGB y entramos en el instituto para
hacer BUP. La desgracia, que un año más tarde haríamos de
conejillos de indias para la LOGSE, dándonos de bruces con la ESO.
Tuvo sus cosas buenas;
los profesores se negaron a cambiar contenidos y dábamos clase con
libros viejos, a la vez teníamos asignaturas como teatro o
tecnología. Estábamos en un limbo educativo del que no nos dábamos
cuenta.
Aquel curso nos distanció
por primera vez de los amigos que habíamos conocido dos años antes,
primeras decisiones entre ciencias o letras.
Juan, compañero de
fatigas en clases extraescolares apareció por aquellas aulas viejas.
Decidió proporcionarme la banda sonora de ese curso en TDK grabadas,
imperturbable, cada semana.
Bon Jovi nos hacía
ponernos a todos melancólicos con un Bed
of roses
mientras La Kruguer
insistía en que resolviésemos complejos problemas matemáticos en
la pizarra, sin calculadora.
4A,
primera planta, escapada rápida por la puerta hasta el parque más
cercano, convulsionaba con la certeza del cambio.
El
invierno nos cogió con Cobain
gritando afónico desde la tumba a nuestra adolescencia. Faldas muy
cortas, Doc. Marteens y jerseys tejidos por la abuela.
Aznar
comenzaba su legislatura y de repente existían los clones gracias a
la oveja Dolly.
Andrés
se enamoró de Patricia, ese torbellino pequeñito de pelo largo y
ojos achinados.
La
Gramola
y Gomaespuma
acompañaban
las noches en vela mientras repetíamos una tras otra las láminas de
dibujo técnico, hasta que salieran perfectas.
Camela
sonaba machacona en casa de Icíar las tardes de estudio y las noches
de risas hablando hasta las tantas.
Clases
de guitarra y Ella
baila sola con
Patricia, que había decidido que Andrés no era lo que buscaba y
salía con un militar un par de años mayor.
Chuletas
ingeniosas y mal escondidas con los verbos irregulares cuando llegó
la primavera. El
Robe
gritaba versos de Neruda camino de las excursiones a las que nos
llevaba la tutora, profesora de gimnasia y entusiasta de la vida.
Aulas
más vacías que llenas con los primeros rayos de sol, parques
atiborrados de jóvenes tumbados unos encima de otros, ya estaban las
tardes para recuperar el tiempo perdido en historia y filosofía.
Escuchar
con los ojos cerrados Smashing
Pumkins,
pensando en El
Bode,
ahora en ciencias.
Tardes
de viernes entre cervezas, kalimotxos y pipas, seguramente nuestras
primeras borracheras. Javi y Antonio jugando con nosotras al duro y
pegando botes a ritmo de Ramoncín en los bajos.
Salir
en tropel de clase de tecnología, a Patricia la había dejado el
militar y había decidido tragarse un bote entero de pastillas.
Lavado de estómago; después visitas, llantos, charlas y la extraña
sensación de que quien proporciona ese consejo en el fondo no tiene
ni idea de lo que está hablando.
Ganar
un concurso y que todos los compañeros se presentaran con ovaciones,
morir un poquito de vergüenza y sorpresa, entonar en la cabeza Until
it sleeps
de Metallica mientras leía el relato para parar los nervios. La Kruguer
diciendo que siempre supo que me iría bien, mirarla extrañada... a
fin de cuentas, ella siempre me había dado matemáticas. Estirar las
7.000 pesetas del premio todo lo posible.
Llegaron
los primeros días de verano y Patricia volvió a clase. Test de
aptitud, obviedades sobre nuestro futuro. Saber que aquel sería el
último año que pisaría aquellos pasillos fríos, esas escaleras
empinadas. Decisiones.
Jim
Morrison
traía ecos del pasado con un
Light my fire
mientras bailábamos abrazados una noche de verano y tú canturreabas
en mi oído.
Exámenes
finales entre humo de cigarros y Offspring.
Al
final, con las clases acabadas, decisiones tomadas, tardes de
terrazas, mirarnos y pensar si nos reconoceríamos en unos años,
cada uno marchaba por su lado. Pero allí seguían las TDK, ahora en
el buzón de casa, perturbadoras. Mano
Negra y
música instrumental que seguirían llenando los días hasta que me
fuera.
Y
al volver, décadas más tarde, no poder evitar pasar por la puerta
de aquel instituto, sintiendo una congoja que hace mucho tiempo que
quedó atrás. Los ladrillos siguen siendo viejos y las escaleras
están aún más desgastadas que entonces. Bajo el volumen del mp3 y
sonrío, me doy cuenta de que sigo escuchando muchas de esas melodías
que llenaron aquel año. Dejé todo atrás e hice una vida distinta,
otros compañeros con otras historias, comprendí que madurar es
seguir el camino, un pie detrás de otro y cargar en la mochila con
aquellos recuerdos, el olor de aquellas aulas y por supuesto notas
musicales de fondo.
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El curso en el que teníamos 16-17 años
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Yavannna
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