lunes, 1 de junio de 2015

TDK grabadas


Tuvimos la suerte y la desgracia de caer entre medias de dos sistemas educativos. La suerte fue que todos veníamos de la EGB y entramos en el instituto para hacer BUP. La desgracia, que un año más tarde haríamos de conejillos de indias para la LOGSE, dándonos de bruces con la ESO.
Tuvo sus cosas buenas; los profesores se negaron a cambiar contenidos y dábamos clase con libros viejos, a la vez teníamos asignaturas como teatro o tecnología. Estábamos en un limbo educativo del que no nos dábamos cuenta.

Aquel curso nos distanció por primera vez de los amigos que habíamos conocido dos años antes, primeras decisiones entre ciencias o letras.

Juan, compañero de fatigas en clases extraescolares apareció por aquellas aulas viejas. Decidió proporcionarme la banda sonora de ese curso en TDK grabadas, imperturbable, cada semana.

Bon Jovi nos hacía ponernos a todos melancólicos con un Bed of roses mientras La Kruguer insistía en que resolviésemos complejos problemas matemáticos en la pizarra, sin calculadora.

4A, primera planta, escapada rápida por la puerta hasta el parque más cercano, convulsionaba con la certeza del cambio.
El invierno nos cogió con Cobain gritando afónico desde la tumba a nuestra adolescencia. Faldas muy cortas, Doc. Marteens y jerseys tejidos por la abuela.

Aznar comenzaba su legislatura y de repente existían los clones gracias a la oveja Dolly.

Andrés se enamoró de Patricia, ese torbellino pequeñito de pelo largo y ojos achinados.

La Gramola y Gomaespuma acompañaban las noches en vela mientras repetíamos una tras otra las láminas de dibujo técnico, hasta que salieran perfectas.

Camela sonaba machacona en casa de Icíar las tardes de estudio y las noches de risas hablando hasta las tantas.

Clases de guitarra y Ella baila sola con Patricia, que había decidido que Andrés no era lo que buscaba y salía con un militar un par de años mayor.

Chuletas ingeniosas y mal escondidas con los verbos irregulares cuando llegó la primavera. El Robe gritaba versos de Neruda camino de las excursiones a las que nos llevaba la tutora, profesora de gimnasia y entusiasta de la vida.
Aulas más vacías que llenas con los primeros rayos de sol, parques atiborrados de jóvenes tumbados unos encima de otros, ya estaban las tardes para recuperar el tiempo perdido en historia y filosofía.

Escuchar con los ojos cerrados Smashing Pumkins, pensando en El Bode, ahora en ciencias.

Tardes de viernes entre cervezas, kalimotxos y pipas, seguramente nuestras primeras borracheras. Javi y Antonio jugando con nosotras al duro y pegando botes a ritmo de Ramoncín en los bajos.

Salir en tropel de clase de tecnología, a Patricia la había dejado el militar y había decidido tragarse un bote entero de pastillas. Lavado de estómago; después visitas, llantos, charlas y la extraña sensación de que quien proporciona ese consejo en el fondo no tiene ni idea de lo que está hablando.

Ganar un concurso y que todos los compañeros se presentaran con ovaciones, morir un poquito de vergüenza y sorpresa, entonar en la cabeza Until it sleeps de Metallica mientras leía el relato para parar los nervios. La Kruguer diciendo que siempre supo que me iría bien, mirarla extrañada... a fin de cuentas, ella siempre me había dado matemáticas. Estirar las 7.000 pesetas del premio todo lo posible.

Llegaron los primeros días de verano y Patricia volvió a clase. Test de aptitud, obviedades sobre nuestro futuro. Saber que aquel sería el último año que pisaría aquellos pasillos fríos, esas escaleras empinadas. Decisiones.

Jim Morrison traía ecos del pasado con un Light my fire mientras bailábamos abrazados una noche de verano y tú canturreabas en mi oído.

Exámenes finales entre humo de cigarros y Offspring.

Al final, con las clases acabadas, decisiones tomadas, tardes de terrazas, mirarnos y pensar si nos reconoceríamos en unos años, cada uno marchaba por su lado. Pero allí seguían las TDK, ahora en el buzón de casa, perturbadoras. Mano Negra y música instrumental que seguirían llenando los días hasta que me fuera.


Y al volver, décadas más tarde, no poder evitar pasar por la puerta de aquel instituto, sintiendo una congoja que hace mucho tiempo que quedó atrás. Los ladrillos siguen siendo viejos y las escaleras están aún más desgastadas que entonces. Bajo el volumen del mp3 y sonrío, me doy cuenta de que sigo escuchando muchas de esas melodías que llenaron aquel año. Dejé todo atrás e hice una vida distinta, otros compañeros con otras historias, comprendí que madurar es seguir el camino, un pie detrás de otro y cargar en la mochila con aquellos recuerdos, el olor de aquellas aulas y por supuesto notas musicales de fondo.

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El curso en el que teníamos 16-17 años
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Yavannna

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