Retiró un mechón de
pelo que le caía en la cara y comprobó el maquillaje, se dio por
satisfecha con el resultado, así que buscó su barra de labios
favorita, esa en coral que tanto la favorecía. Empezó a pintarse
los labios cuando Jorge se asomó por la puerta, pegándole un buen
susto.
—¿Te queda mucho? Como
sigas así no llegamos.
Rosa le miró con cara de
pocos amigos.
—Si me das esos sustos
y haces que me pinte media cara con el pintalabios me quedará más,
sí, así que déjame terminar.
Cogió un trozo de papel
para limpiarse el pintalabios de la cara. Jorge la miraba desde el
quicio con aire divertido.
Viéndola arreglarse se
acordó sin remedio de su primera cita, tantos años atrás.
Cuando la vio aparecer en
la cafetería ese marzo lluvioso, el pelo empapado, la piel tan
pálida y esos labios tan rojos, reflejando su enfado, no pudo evitar
correr a atenderla. Dos horas más tarde había conseguido sacarle
una bonita sonrisa, el pintalabios se había desdibujado en la
servilleta después de un par de cafés y otras tantas cervezas, pero
aún así el no podía dejar de mirar aquella boca minúscula,
dientes torcidos, perfecta. Por supuesto le propuso salir cuando
terminara, ella le rechazó amablemente y aunque insistió, acabó
viéndola marchar por la puerta.
Rosa arregló el
maquillaje y le miró amenazadora con la barra de labios en la mano.
Entrecerró los ojos, retándole a volver a molestarla durante el
proceso.
Jorge siguió con sus
pensamientos y recordó cómo tan solo dos días más tarde de su
primer encuentro se presentó en la cafetería otra vez. Sonriendo
divertida se sentó en una de las mesas esperando a que él la
atendiese.
La escena se repitió
durante una semana hasta que consiguió quedar con ella fuera de esas
cuatro paredes que eran su trabajo.
En su primera cita ella
apareció con unos pantalones ajustados, el pelo recogido y los
labios de ese rojo intenso que le había vuelto loco la primera vez
que la vio. Contaba los momentos por morder aquella boca pequeña,
por saborear el carmín que la llenaba, por cubrirla de besos. Aún
podía recordar como si fuera ayer el sabor afrutado de aquella
primera cita, el éxtasis de acariciar esos labios con los suyos.
Con los labios pintados y
el conjunto revisado minuciosamente Rosa cerró el pintalabios y
retocó el resultado con el dedo índice. Seguía igual que entonces,
los años tan solo habían mejorado el resultado.
Ella se dio la vuelta
mientras usaba la barra como varita.
—¡Ale, ya está!
Impaciente. ¿Qué tal?
—Preciosa —dijo él
sonriendo.
—Pues venga, ¡muévete!,
que todavía no llegamos —dijo mientras empuñaba su varita mágica
hacia él.
Avanzó un par de pasos
hacia ella y la besó, saboreando, una vez más, el carmín de esos
labios.
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Una escena de amor con un objeto de enlace.
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Yavannna
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