jueves, 21 de mayo de 2015

Rojo carmín

Retiró un mechón de pelo que le caía en la cara y comprobó el maquillaje, se dio por satisfecha con el resultado, así que buscó su barra de labios favorita, esa en coral que tanto la favorecía. Empezó a pintarse los labios cuando Jorge se asomó por la puerta, pegándole un buen susto.

—¿Te queda mucho? Como sigas así no llegamos.

Rosa le miró con cara de pocos amigos.

—Si me das esos sustos y haces que me pinte media cara con el pintalabios me quedará más, sí, así que déjame terminar.

Cogió un trozo de papel para limpiarse el pintalabios de la cara. Jorge la miraba desde el quicio con aire divertido.

Viéndola arreglarse se acordó sin remedio de su primera cita, tantos años atrás.
Cuando la vio aparecer en la cafetería ese marzo lluvioso, el pelo empapado, la piel tan pálida y esos labios tan rojos, reflejando su enfado, no pudo evitar correr a atenderla. Dos horas más tarde había conseguido sacarle una bonita sonrisa, el pintalabios se había desdibujado en la servilleta después de un par de cafés y otras tantas cervezas, pero aún así el no podía dejar de mirar aquella boca minúscula, dientes torcidos, perfecta. Por supuesto le propuso salir cuando terminara, ella le rechazó amablemente y aunque insistió, acabó viéndola marchar por la puerta.

Rosa arregló el maquillaje y le miró amenazadora con la barra de labios en la mano. Entrecerró los ojos, retándole a volver a molestarla durante el proceso.

Jorge siguió con sus pensamientos y recordó cómo tan solo dos días más tarde de su primer encuentro se presentó en la cafetería otra vez. Sonriendo divertida se sentó en una de las mesas esperando a que él la atendiese.
La escena se repitió durante una semana hasta que consiguió quedar con ella fuera de esas cuatro paredes que eran su trabajo.
En su primera cita ella apareció con unos pantalones ajustados, el pelo recogido y los labios de ese rojo intenso que le había vuelto loco la primera vez que la vio. Contaba los momentos por morder aquella boca pequeña, por saborear el carmín que la llenaba, por cubrirla de besos. Aún podía recordar como si fuera ayer el sabor afrutado de aquella primera cita, el éxtasis de acariciar esos labios con los suyos.

Con los labios pintados y el conjunto revisado minuciosamente Rosa cerró el pintalabios y retocó el resultado con el dedo índice. Seguía igual que entonces, los años tan solo habían mejorado el resultado.

Ella se dio la vuelta mientras usaba la barra como varita.

—¡Ale, ya está! Impaciente. ¿Qué tal?
—Preciosa —dijo él sonriendo.
—Pues venga, ¡muévete!, que todavía no llegamos —dijo mientras empuñaba su varita mágica hacia él.


Avanzó un par de pasos hacia ella y la besó, saboreando, una vez más, el carmín de esos labios.

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Una escena de amor con un objeto de enlace.
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Yavannna

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