jueves, 21 de mayo de 2015

Los huevos de Pepa

Mario se levantó del sofá con aire cansino y miró la hora en el reloj de pulsera. Desde que solo tenía que preocuparse por si mismo sus horarios se habían descontrolado. Decidió que ya era hora de cenar, quizá fuese un poco temprano, pero total si tenía hambre ahora por qué retrasarlo más. Se dirigió a la cocina y sacó del cajón la sartén pequeña, esa que le había regalado Marta en su última visita, y la puso encima de la placa. Vertió el aceite, por suerte al ser tan minúscula no gastaba mucho. Pulsó los botones táctiles para subir la temperatura y la luz roja y el zumbar de colmena provenientes del cristal negro le indicaron que pronto el calor subiría a la sartén. Sacó el bote de harina del armario de la campana y cogió uno de los tres huevos que le quedaban en la nevera; lo lavó en el grifo, eso era algo en lo que Pepa, su mujer, siempre insistía mucho, había que lavar los huevos antes de cocinarlos porque allí estaban todas las bacterias y la porquería.
Pepa siempre se preocupaba mucho por esas cosas, limpiaba todo minuciosamente, sus hijos siempre decían que podrían comer en el suelo de la cocina si quisieran, ella se escandalizaba y les decía que no tenían modales, que parecía mentira, con lo bien que les había educado. A él le costaba mantener todo ese orden, esa pulcritud impuesta con los años, pero lo cierto es que algunas costumbres de Pepa se le habían quedado marcadas en el subconsciente.
Con la mano comprobó que el aceite estaba caliente y por si acaso puso un pellizco de harina, otra de esas manías de su mujer para que el aceite no saltase. Cascó el huevo y lo dejó caer en la sartén, enseguida comenzó a burbujear, así que bajó la temperatura para que no se quemase. Pepa siempre había sido más de huevos a la plancha, pero para él los huevos fritos eran uno de esos grandes placeres de la vida; si le viera ahora, ella, que siempre decía que no era capaz ni de hacerse un huevo...
Recogió un poco de aceite con el borde de la espumadera y lo echó encima del huevo, le gustaba la sensación de que la yema tuviese un poco de consistencia; repitió una vez más la operación y cuando le pareció que la yema se tornaba algo más blanquecina apagó el fuego. Cogió el huevo sin mucha pericia, haciendo esfuerzos para que no se rompiera y lo puso en un plato que acababa de sacar del armario.

Dejó la sartén en la placa para que se enfriara el aceite y cogió un tenedor del cajón, se sentó en la mesa de la cocina y se dispuso a disfrutar de su manjar, no sin recordar otra vez a Pepa y sus huevos a la plancha, esos que en el fondo tanto echaba de menos.
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Narrar cómo se fríe un huevo a tiempo real
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Yavannna

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