jueves, 4 de junio de 2015

El cambio del tiempo

Miraba por la ventana que daba al corredor viendo cómo te alejabas de la casa, suplicando en silencio que te volvieras para mirarme. Por supuesto, no lo hiciste.
En ese momento fui consciente de la soledad que dejaba tu ausencia, la certeza de que esta vez no regresarías, y ya no podía hacer nada por evitarlo.

Recuerdo la primera vez que te vi, salías de la oscuridad de aquel bar y, de golpe, tus pequeños ojos oscuros me dedicaron la más radiante de las sonrisas. Aquella noche de otoño todo se volvió más cálido.
Como por casualidad nos fuimos encontrando cada vez más a menudo. El anonimato de los bares dio paso a las tardes tumbados en parques cada vez más gélidos. Las copas nocturnas se convirtieron en palomitas en salas de cine, dejamos que pasara el tiempo, por ver qué nos deparaba a los dos juntos.

Aquella tarde me dijiste que estabas con otra, y no sé por qué no me sorprendió en absoluto. Supuse que estaba ciega a lo que no quería ver, así que cuando quitaste la venda de mis ojos y me dí de bruces con la verdad, no me importó; no en ese momento. Un buen día terminaste con ella, debí de darme cuenta de que lo mismo pasaría conmigo, pero no quise, deseaba tus besos, tus caricias, el sabor de tu cuerpo.

El verano nos alcanzó rápido entre chapuzones de piscina y calor agobiante. Risas y juegos de adolescentes, noches en vela amándonos.

Y así, con las hojas cayendo, acabamos por compartir algo más que la cama. Dejábamos que las estaciones se sucedieran pasándonos por encima, sin consentir que nos tocaran, que variaran el cuadro.

Ahora, la casa está vacía de ti, de tus cosas, tus risas y quehaceres, de esa prisa incierta que siempre lo llenaba todo, ese correr frenético para que el tiempo no te alcanzara.

El día que te marchaste sin apenas despedirte todo se volvió invierno, los años habían traído un viento helado.

Nunca voy a poder olvidar ese Miércoles de primavera. Entraste tan tranquilo en casa y solo pronunciaste lo que ambos sabíamos pero no queríamos decir en alto “Esto se ha acabado, lo dejamos, ¿no?” Yo dejé el plato sobre la mesa y mirándote asentí, sabiendo que me estaba condenando a la soledad de tu pérdida.


Han pasado dos años y no tengo ninguna noticia tuya, sé que estás con ella. La casa ya no está tan vacía, hay nuevos cuadros en las paredes, pero de vez en cuando aún me asalta en la noche la imagen de esa sonrisa en tus ojos marrones y, entonces, recuerdo cómo con un solo gesto eras capaz de traerme el verano.
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Algo que nunca podremos olvidar
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Yavannna

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