Miraba
por la ventana que daba al corredor viendo cómo te alejabas de la
casa, suplicando en silencio que te volvieras para mirarme. Por
supuesto, no lo hiciste.
En ese
momento fui consciente de la soledad que dejaba tu ausencia, la
certeza de que esta vez no regresarías, y ya no podía hacer nada
por evitarlo.
Recuerdo
la primera vez que te vi, salías de la oscuridad de aquel bar y, de
golpe, tus pequeños ojos oscuros me dedicaron la más radiante de
las sonrisas. Aquella noche de otoño todo se volvió más cálido.
Como por
casualidad nos fuimos encontrando cada vez más a menudo. El
anonimato de los bares dio paso a las tardes tumbados en parques cada
vez más gélidos. Las copas nocturnas se convirtieron en palomitas
en salas de cine, dejamos que pasara el tiempo, por ver qué nos
deparaba a los dos juntos.
Aquella
tarde me dijiste que estabas con otra, y no sé por qué no me
sorprendió en absoluto. Supuse que estaba ciega a lo que no quería
ver, así que cuando quitaste la venda de mis ojos y me dí de bruces
con la verdad, no me importó; no en ese momento. Un buen día
terminaste con ella, debí de darme cuenta de que lo mismo pasaría
conmigo, pero no quise, deseaba tus besos, tus caricias, el sabor de
tu cuerpo.
El
verano nos alcanzó rápido entre chapuzones de piscina y calor
agobiante. Risas y juegos de adolescentes, noches en vela amándonos.
Y así,
con las hojas cayendo, acabamos por compartir algo más que la cama.
Dejábamos que las estaciones se sucedieran pasándonos por encima,
sin consentir que nos tocaran, que variaran el cuadro.
Ahora,
la casa está vacía de ti, de tus cosas, tus risas y quehaceres, de
esa prisa incierta que siempre lo llenaba todo, ese correr frenético
para que el tiempo no te alcanzara.
El día
que te marchaste sin apenas despedirte todo se volvió invierno, los
años habían traído un viento helado.
Nunca
voy a poder olvidar ese Miércoles de primavera. Entraste tan
tranquilo en casa y solo pronunciaste lo que ambos sabíamos pero
no queríamos decir en alto “Esto se ha acabado, lo dejamos, ¿no?”
Yo dejé el plato sobre la mesa y mirándote asentí, sabiendo que me
estaba condenando a la soledad de tu pérdida.
Han
pasado dos años y no tengo ninguna noticia tuya, sé que estás con
ella. La casa ya no está tan vacía, hay nuevos cuadros en las
paredes, pero de vez en cuando aún me asalta en la noche la imagen
de esa sonrisa en tus ojos marrones y, entonces, recuerdo cómo con
un solo gesto eras capaz de traerme el verano.
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Algo que nunca podremos olvidar
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Yavannna
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