martes, 7 de abril de 2015

La cita -Parte 1-

Fuera del teatro la lluvia no arreciaba. La marquesina, golpeada por el agua, entonaba una melodía metálica que llegaba más allá de los muros, hasta el taller.
Trabajando en la mesa se encontraba un joven de no más de veinte años, el pelo, en algún momento peinado con esmero, estaba alborotado, algunos mechones caían sobre sus ojos, mientras él insistía en retirarlos soplando, concentrado en su tarea. Diseminadas por la superficie de trabajo se encontraban herramientas de diferentes tamaños, pinzas, anteojos y un sinfín de tuercas, engranajes y piezas de distinta índole.

La habitación era amplia y austera. En uno de los laterales, separado por un biombo remendado, había una cama y un armario. La puerta del fondo daba acceso a un lúgubre pasillo que mostraba los entresijos del teatro, aunque él principalmente la usaba para ir a un minúsculo aseo que se encontraba cerca.
A la entrada de la estancia había una pequeña placa metálica que él mismo había colocado hacía poco más de un año. En letras irregulares podía leerse:

Joel Lo. Wing
Mecánico constructor

Hacía dos años había llegado a Nueva York desde la cercana Pensilvania. El smog cubría la ciudad, llenaba las calles y la costa, era la cosa más hermosa que nunca hubiese visto. Un mundo lleno de posibilidades con todos esos constructos mecánicos por todas partes. Allí podría hacer lo que siempre había soñado, su futuro estaba entre esa niebla verduzca.

Cuando Matt entró al taller se encontró con Joel encorvado, manipulando algún artilugio. Le había conocido al poco de llegar a la ciudad, entonces ambos compartían habitación en una pensión cercana a la 5ª Avenida, ganando lo suficiente como para malvivir.

-¡Venga! ¡Habíamos quedado hace media hora!
- …
-¡Vamos, Jolo, deja eso de una vez!
-Es solo un momento, tengo que ajustar el transfluzador interno de...

Matt dejó de escuchar todos los tecnicismos que su amigo le contaba. Sabía por experiencia que no le sacaría de su ensimismamiento hasta que no hubiese terminado. Por suerte, se habían llegado a conocer muy bien en este tiempo; así que había quedado con él una hora antes de lo previsto. No dejaba de parecerle irónico que una persona que se pasaba todo el día entre mecanismos, engranajes y relojes no fuese capaz de llegar a tiempo a ninguna parte.
Se sentó en un taburete, apartando una montaña de ropa, y observó la minuciosidad con la que Joel trabajaba. Lo vio apretar mecanismos imposibles hasta que, satisfecho, dejó lo que estaba haciendo sobre la mesa y se volvió hacia él.

-Bueno, esto está por hoy -dijo sonriendo a la vez que se apartaba un mechón de pelo de la cara, manchándose-. ¿Nos vamos?
-Claro, pero antes arréglate un poco ¿quieres?
-Si me he arreglado, hasta me he peinado, hace un rato.
Joel era consciente de la importancia de esta cita para su amigo y se había preparado a conciencia, incluso había usado cera para el pelo y se había puesto sus mejores galas.

-¿Hace cuanto que te has arreglado, Jolo?
-Poco. Luego viendo que sobraba tiempo he decidido acabar de ajustar el transfluzador, ya sabes, así mañana tendré más tiempo.
-Mira la hora, anda.

Cogió su reloj de bolsillo, una de las invenciones de las que se sentía más orgulloso, pues no necesitaba que nadie le diera cuerda, nunca. Habían pasado cuarenta y cinco minutos desde la última vez que comprobó la hora. Pegó un salto, alarmado.

-Pero las chicas... ¡Corre!

Matt sonrió a su amigo. Era increíble cómo podía concentrarse en todos aquellos mecanismos, para él inexplicables, incluso olvidándose de la segunda cosa que más le gustaba en el mundo, las mujeres.
Nunca había conocido a un compañero de correrías como Joel. Despedía un aire de estrella de la canción o el teatro que hacía que las mujeres enseguida se sintieran atraídas por él, que encontraba aquello como algo natural, incluso fastidioso en algunas ocasiones.
Él, sin embargo, estaba encantado, todas esas hermosas mujeres de cintura encorsetada reparaban a la vez en su persona, menos misterioso, menos apuesto -es cierto- pero más tenaz, amable, comprensivo.
Mientras Joel acumulaba conquistas y nunca se sentía interesado en exceso por ninguna joven, Matt aspiraba a encontrar entre aquellas mujeres al amor de su vida. Era un romántico, pero también un hombre muy práctico y consideraba que la mujer que le tenía destinada la vida seguramente se encontrara entre las clases altas de la ciudad. A fin de cuentas, no había venido de un pequeño pueblo a la insigne Nueva York para acabar con una granjera.
Aquella tarde habían quedado con dos hermosas jóvenes de alta cuna que hacía dos noches habían asistido al teatro, fijándose en el apuesto hombre que controlaba los autómatas. Matt vio la reacción de las señoras y no dudó en entablar conversación con ellas, acordando una cita para su compañero y para él mismo.

-Tranquilo, tenemos todavía diez minutos, así que límpiate la grasa de la cara y peínate un poco, ¡hombre!, que queremos estar presentables.

Joel salió despedido por el estrecho pasillo, tropezando al entrar en el baño y se lavó rápidamente la cara; con la mano húmeda intentó que el pelo se mantuviese en su lugar y volvió a salir hacia la habitación.

-¡Venga, vámonos!¿A qué estás esperando?

Matt, que había estado mirando el artilugio depositado sobre la mesa, se giró, levantándose, mientras le hacía un gesto de calma.
Parecía que le conocía desde siempre, su historia era similar. Ambos habían llegado a la ciudad casi a la vez, con muchos sueños en la maleta, por lo demás, casi vacía.
Nunca había tenido un hermano, pero consideraba que el afecto que sentía por su antiguo compañero de cuarto debía ser algo similar. De vez en cuando, era lo único que necesitaba para volver a la realidad, unas cervezas en el chaflán de la esquina, rodeados de humo y hablando de mujeres. Eso era todo lo que necesitaba, eso y las mujeres de las que hablar, claro.

Tanteó uno de los bolsillos de la chaqueta que había dejado sobre la cama y sacó una pequeña flor, compuesta por piezas metálicas, observándola levantó la mano hacia su compañero.

-Dices que la tuya te gusta mucho ¿no? Toma, anda, es una tontería que hice el otro día, dásela, le dices que la hiciste tú.

Tendió la mano y le ofreció el prendedor, a fin de cuentas él ni sabía cómo eran las mujeres con las que habían quedado aquel día.

-¡Vamos!¡Cógela!¡Que llegamos tarde!

Depositó la rosa metálica en la mano de Matt y tiró de él escalera arriba.

De vez en cuando no había quién le entendiera ¡Anda que hacer esperar a una señoritas!

Resguardadas de la lluvia, bajo la marquesina, dos jóvenes elegantes esperaban, dándoles la espalda.
Ambos hombres se miraron sonrientes antes de abrir la puerta.

-Señoritas -dijeron al unísono mientras se quitaban el sombrero


La niebla envolvió las figuras mientras se adentraban en la calle, la noche acababa de empezar.

Continuará...

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Para mi abuelo Amando. El último de los cuatro. En recuerdo de ese New York que le vio nacer para nunca regresar.
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Yavannna

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