jueves, 19 de marzo de 2015

Subida en un árbol

-¡Sandra!- Oigo que gritan entre el gentío de la Gran Vía en plenas Navidades. Sigo mi camino creyendo que no va conmigo, entonces me agarras del hombro -sobresaltándome- y risueño vuelves a pronunciar mi nombre.

Hace veinte años que nuestros caminos no se cruzan. Me sorprende mucho verte, tanto que por un momento, no soy capaz de pronunciar palabra alguna.

-¡Joaquín!¡Vaya! Pero ¿qué tal? ¡Cuanto tiempo!
-Sigues cómo siempre ¿Cómo te va?
-Bien, aquí, haciendo un curso -digo mientras te enseño una carpeta enorme- ¿y tú?
-De compras de Navidad, ya sabes- Alzas unas cuantas bolsas enormes de El Corte Inglés. Juguetes.

Sonrío. Dudo si preguntarte si todos esos regalos son para tus hijos o quizá tus sobrinos, muchos años nos separan.

-Bueno, el niño, nos gusta darle algún regalo en Papá Noel, aunque luego celebramos Reyes, pero para que tenga algo en las fiestas.

Asiento, cómo si comprendiera realmente lo que es comprar juguetes para los niños.
Nos miramos un segundo, notando que no tenemos nada que decirnos, o que si empezamos no podremos parar.

-Y ¿qué tal tus padres y tu hermano?
-Pues bien. Mi hermano con su chica, mis padres están bien ¿qué tal tu familia?
-Mi abuelo murió. Mi hermano se ha casado. El resto, como siempre, pero más viejos.
En fin, qué bueno haberte visto. Tenemos que quedar tu primo, tú y yo de una vez, ir al pueblo un día, tomarnos unos cacharros y demás.
-Sí, yo ya no voy nunca al pueblo, pero estaría bien, un día. Tienes el teléfono de mi primo, ¿verdad? Pues para primavera, cuando haga mejor por allí, podíamos quedar, sí.
-Dale recuerdos a tus padres.
-¡Claro! Lo mismo digo.

Entre empujones de la gente me das dos besos, después de separarnos me despido con un gesto de mano y voy rápida al metro, pensando en si algún día nos tomaremos esos “cacharros”.

En el vagón de vuelta a casa no consigo concentrarme en la lectura, totalmente incapaz de entender una sola de las palabras que desfilan ante mis ojos como fantasmas.
Recuerdo, de manera atropellada, sobre todo días interminables de verano. Rodillas peladas curadas con agua oxigenada y mercromina, más rojas que las flores del vestido que mi madre se había empeñado en ponerme ese domingo.
Me veo corriendo por aquel patio enorme con pozo, del que bebíamos agua directamente, y de la morera, frente a la casa.

Me pregunto si tú recordarás aquel empacho de moras una tarde de sábado. Nuestros hermanos, como siempre rabiando cada vez que nos subíamos a algún árbol, porque ellos no sabían, nos decían que les lanzásemos alguno de los frutos, y sí, alguno fue para ellos, pero lo cierto es que nos comimos la mayoría. Aquel sabor ácido y dulce explotando en la boca, manchando las manos, la cara, la camiseta y las piernas. Luego, por supuesto, la regañina, entre risas escondidas tiznadas de rosa.

De vez en cuando coincidíamos los tres, mi primo, tú y yo. Entonces, las carreras en bici eran más aceleradas. Dejábamos siempre atrás a los pequeños, llegábamos aún más cubiertos de ese polvo rojo, tierra pegajosa, pimentón del campo, Alcarria.

Casi me paso el transbordo al recordar todo aquello. Camino por los claustrofóbicos pasillos del metro haciendo memoria.

Escucho como si fuera ayer a las abuelas contándose penas, ensalzando a los nietos, demasiado jóvenes como para que aquello no les pareciera más que una tontería de ancianas. Entrábamos todos corriendo, a por gaseosa o agua fría, mientras ellas seguían hablando en el salón, bajito, como esperando a que volviésemos a salir cual torbellino por la puerta.

El tiempo nos fue haciendo mayores, dejamos de medirnos para ver quién era más alto ¡Me sacabas más de tres cabezas!¡No podía competir ni de puntillas!
La adolescencia nos pilló un poco a trasmano, enfadados y reconciliados por tonterías, entre juegos de consola en televisiones viejas. Tú comenzaste a llevar Enduro, Bomber y pantalones ajustados. Yo un enorme piel vuelta de mi padre que había sobrevivido a los setenta, Doc Marteens, faldas muy cortas y camisetas de Nirvana. En la ciudad, con suerte, no nos habríamos ni mirado; pero allí, cada vez más lejos, la infancia pesaba sobre nosotros.

Yo dejé de ir al pueblo, no se si tú también. Madrid me engulló, otro más de sus hijos; pero aún conservo ese olor a jara, encina y espliego que me acompaña cuando pienso en esas calles pequeñas y empinadas, correrías infantiles, noches de difuntos, viejos caserones oscuros y primera juventud.

No se sí volveremos a vernos, pero la niña que atesora todos los recuerdos, esa que no creció, aún te guarda, probablemente subida en algún árbol.
_______________
Relato basado en algún recuerdo
Marzo 2015
_______________
Yavannna

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Design by Studio Mommy (© Copyright 2015)