Aquel año le había
regalado por su cumpleaños un colgante. Cuando abrió la caja
emocionada y observó el contenido no pudo creer lo que estaba
viendo. Ante sus ojos había una pequeña y brillante joya, de esas
de las que ella siempre se burlaba cuando veía los anuncios de
“Galería del coleccionista” en la televisión.
Puso la mejor sonrisa que
su sorpresa le dejaba
-¡Madre mía! Es
precioso, pero ¿no habrá sido muy caro?
-No, para nada -dijo él-.
Llevaba ahorrando un tiempo para hacerte un regalo especial, no
quería regalarte un disco o un libro. Espero que te guste, un regalo
de señorita para una señorita.
-Pero, ¡te has pasado!,
no hacía falta, de verdad que con una camiseta me valía.
Él hizo un gesto con la
mano y a ella no le quedó más opción que ponerse el colgante
alrededor del cuello.
Con la excusa de que le
parecía demasiado caro como para llevarlo a diario Sofía había
guardado el colgante en el cajón de su mesilla. Solo se lo ponía en
ocasiones especiales, coincidentes -qué casualidad- cuando se lo
recordaban.
La última vez que le
había mencionado -atento- el colgante, había coincidido con una
boda a la que tuvieron que ir por obligación, de un familiar lejano.
Al ver que se había arreglado tan solo había comentado un “Lo que
quedaría precioso con ese escote es el colgante que te regalé por
tu cumpleaños ¡Ésta sí que es ocasión!”. Sofía se había dado
media vuelta para buscarlo mientras ponía los ojos en blanco, otra
vez le tocaba ponerse la horrible joyita de las narices.
Cuando él se fue a mitad
del convite a llevar a la tía Marisa, una abuela que casi no se
sostiene en pié, Sofía intentó acompañarlos, pero viendo que la
fiesta acaba de empezar su padre insistió en que se quedara y
disfrutara de la noche.
-La noche es joven. Ten
dinero para un taxi y pásalo bien.
Dos horas más tarde
Sofía decidió marcharse a casa, a fin de cuentas esa boda estaba siendo un verdadero peñazo.
Esperaba un taxi en la
puerta cuando alguien la empuja.
-¡Eh! Ten cuidado
-Increpó
-¡Ups! Perdón -contestó
el chico que acaba de empujarla a la vez que se da la vuelta.
Nada más ver al chico se
percató de que no estaba mal. Bonitos ojos azules, brillantes,
seguramente por culpa del alcohol.
Él se disculpó con la
mano, mientras cogía el paquete de tabaco que se le había caído al
suelo. En ese momento Sofía aprovechó para quitarse el horrible
colgante y esconderlo rauda en el bolso.
-¡Vaya! -dice tocándose
el cuello-.¡Creo que he perdido el colgante!
El chico se volvió para
mirarla, analizándola.
-¿Ahora?
-No lo sé.
-¿Es val... importante?
-contestó él.
Ella se mordió el labio.
-Sí, es importante. Es
un regalo.
-¡Ah!. Bueno, si quieres
te ayudo a buscarlo. ¿Cómo es? -dice mientras se enciende un
cigarro.
Sofía apretó el bolso
mientras intentaba que no se notara su mentira.
-Por cierto, me llamo
Sofía. Estaba en la boda de Rosa y Carlos- dice mientras finge
buscar por el suelo.
-Andrés. Pues ni idea
chica, yo estaba en la de Carlota y Alberto, en la segunda planta.
Por un momento los dos
miraron al suelo en silencio.
-Entonces ¿es importante
no? -repite él.
-Sí, es un regalo de mi
padre -sonrió al ver el brillo en los ojos de él.
-Claro, claro. Bueno,
pues a ver si lo encontramos, si no pues preguntamos dentro ; pero
¿sabes si se te ha caído aquí?
-No, pero me he dado
cuenta cuando me has pegado el golpe. -Al final, su padre tenía
razón, la noche acaba de empezar -sopesa- y ese horrible colgante,
al menos, va a servir para algo.
-Entonces ¿No recuerdas dónde lo
llevabas por última vez? -preguntó él, un poco avergonzado aún.
-No- contestó ella
-¿Tienes idea de dónde puedes haberlo
perdido?
-No, no tengo la menor idea.
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Crear un relato que finalizara con ese diálogo
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Yavannna
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