Nunca dejó de soñarla,
el chip instalado en su cerebro se encargaba de devolverle el
recuerdo -agridulce- de su rostro cada vez que cerraba los ojos.
Habían pasado tres años
desde su huída, pero él la tenía presente cada instante. Sabía
que podía estar escondida en cualquier rincón de la galaxia, pero
todos aquellos implantes cerebrales se encargaban de buscarla
mientras dormía. La localizaría y, entonces, no sería la única
víctima que se habría escapado.
Cada noche recordaba su
rostro y reconstruía la escena, ella corriendo, él, sangrando.
Con el tiempo había
aprendido, un asesino, ha de ser paciente.
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Yavannna
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