lunes, 2 de marzo de 2015

Maldita caldera

Madrugar en sábado era algo que le sentaba como una patada en las narices, pero que encima la tuvieran esperando, era ya recochineo. Si al menos se hubiera dado una ducha estaría de mejor humor, pero no, el señor fontanero no podía ir el día antes por la tarde, ¡por favor, qué disparate!, ¿cómo iba él a trabajar un viernes a esas horas? Eso sí, estaba dispuesto a hacerla el inmenso favor de ir el día siguiente a primera hora.
Ya eran 12.00 y Tessa se estaba fumando un cigarro aburrida; mientras, con la mano libre, pegaba pequeños tirones a su corto pelo negro, sopesando lo bien que le sentaría esa ducha caliente o bajar a tomar unas cañas, incluso puede que fuera el día de hacer esos recados que llevaba dejando de lado un tiempo. No podía entender por qué los fontaneros, los mecánicos, el del gas y toda esa calaña que te cobra un ojo de la cara tan solo por venir a tu casa, siempre te hacían esperar. Era como el preámbulo de que algo no estaba bien, las pausas de los médicos, los técnicos que reparan cosas, una antesala mortuoria.

Cuando finalmente sonó el telefonillo ya se sentía como un pájaro enjaulado y no paraba de dar vueltas por la casa. Lo cierto, es que era perfectamente capaz de pasarse una mañana de sábado tan tranquila en casa, haciendo lo que fuera, pero no así, esperando, sin poder lavar la taza de café del desayuno, aunque cualquier otro día eso no la habría importado lo más mínimo. ¡Si hasta había quitado la música!, había empezado y dejado abierto boca abajo en el sofá un libro que le habían recomendado hace tiempo y se había pintado las uñas de los pies de puro tedio. Así que, cuando por fin sonó el timbre, se abalanzó hacia la puerta.

-Buenos días, soy Miguel, el fontanero, no vea si es complicado...
-¡Ya era hora!, ¡que me dijo usted a primera hora ayer!
-Si claro, pero tiene que entender que así, con tanta prisa... yo ya tenía que ir a una casa y se ha complicado, porque mire, resulta que los señores han mojado a los de abajo y que hemos tenido que llamar al seguro, y que vinieran para dar el consentimiento, y luego el pintor, y que se han puesto a discutir entre ellos, que yo estaba allí, parado, hasta que me dijeran si podía picar para arreglarlo o no.
-Ahá, claro, claro. –La furia pasa al desconcierto, sospecha que la excusa es totalmente inventada, quizá porque el aliento del hombre huele a cerveza y tiene toda la pinta de que ha estado tan ricamente, tomando el aperitivo antes de decidirse a subir, pero no la ha dado ni tiempo a reaccionar.
-Bueno, ¿y dónde decía que estaba el problema?

Tessa pasa a la cocina seguida del fontanero, es un espacio pequeño y rectangular, apenas caben los dos allí.

-Es la tubería de la caldera, lo primero que hice fue llamar al técnico, pero me dijo que de eso se encargaba el fontanero, así que por eso le llamé.
-Ya veo. ¿Y qué le ocurre exactamente?
-Cuando enciendo el agua empieza a pitar y a moverse, si enciendo el agua caliente es como un silbido fuerte y me da miedo que explote.



El hombre deja su caja de herramientas sobre la encimera y saca un montón de aparatejos, mira con ojo crítico la caldera.

-¿La llave del agua está cerrada?

Tessa cierra la llave del agua haciendo malabares entre la puerta del armario y la basura.

-Creo que el problema puede ser debido a que...

Ella no escucha más que un balbuceo, cada palabra que el hombre dice la suena a chino, así que se dedica a observarle mientras asiente como si entendiese algo. No es mucho mayor que ella, está algo gordo y parece saber lo que hace, se toma su tiempo. Canturrea una canción mientras inspecciona la avería, a Tessa inmediatamente le viene la melodía a la cabeza.

-Anda, si esa canción es la de las Clarisas, no me diga que estudió en las Clarisas.

Él se vuelve, sorprendido, sopesa a la mujer desaliñada que observa todo lo que hace, intentado hacer memoria.

-Sí, en las Clarisas de Atocha, hace ya mucho tiempo, pero de vez en cuando la canción me vuelve y no sale de la cabeza, jamás.
-¿Y en qué año estudiaste allí? Lo mismo hasta coincidimos.
-Pues salí de allí en el 83, me fui a estudiar FP, no me ha ido mal desde entonces.
-¿De octavo?¿El 83? Mi hermano hacía octavo en el 83, iba con la señorita Olga, todavía me acuerdo de cómo se llamaba porque no paraba de decir que era una bruja, que ni las monjas daban esos capones y se quejaba mucho – Ríe – pero claro, es que mi hermano era un poco zote en geografía. David se llama mi hermano.
-Yo iba con la hermana Pura, pero sí que me acuerdo de tu hermano ¿el que estaba siempre castigado en patio?
-El mismo. Quién lo diría, ahora tan serio, pero de pequeño estaba siempre castigado, sí.
-¿Y a ti también te castigaban mucho?
-Bueno, cuando el instituto si, sobre todo el padre Damián. No se si tu le conociste, pero a mi me tenía frita.
-Sí, sí que le conocí –introduce una especie de sonda por un pequeño agujero de la tubería –a mí no me parecía muy duro
-Todo el día castigada – enciende otro cigarrillo y aspira profundamente– también es que yo me saltaba todas las clases de religión para irme al parque, pero es que no había quién las aguantase, ¡menudo coñazo!, y luego claro, venga a llamar a mis padres, ¡qué tiempos!
-¡Para una clase que a mi se me daba bien! Yo no las recuerdo tan aburridas, la verdad
-Un coñazo, que si que ya sé, que era un colegio de monjas, pero qué culpa tengo yo de que mis padres me metieran allí, ¡vamos a ver! Menos mal que al final me salí con la mía y me cambiaron al público. ¡No hay color!

El hombre no contesta y sigue a su tarea, ahora tira de la sonda, luego la mueve y repite la operación. Una fortuna será la cuenta vamos.

-Pufff todavía me acuerdo de que me tuvieron un mes castigada después de clase por cagarme en Dios, las muy brujas de las monjas.
-Pues merecido te lo tenías, no se caga tan alto.

Recoge un par de hebras de tabaco que hay sobre la mesa mientras mira la coronilla de su antiguo compañero de colegio, sospechando que su último comentario acaba de incrementar la factura considerablemente, así que total, de perdidos al río.

-Hombre, no me digas que las monjas no eran exageradas.
-No me lo parecían, no.
-Si todavía te gustaba hasta lo de las misas.
-Pues ¿por qué no me iba a gustar lo de las misas?
-No, si seguirás creyendo en Dios y todo eso.

Se queda tan quieto que ella nota la tensión en la nuca.

-Pues claro que si, y yo no digo que todo el mundo tenga que creer, pero mejor nos iría, que mira cómo está la sociedad ahora, llena de maleantes y delincuentes.
-Y la culpa es porque no creen en Dios.
-Pues sí, porque si creyeran en Dios no habría tanto vago en la calle.
-Y yo, que no creo en Dios, otra vaga ¿No?.
-Yo no he dicho eso, pero sabes, a mi lo mejor que me ha pasado es que se muriera mi madre, cuando yo tenía 11 años, eso me hizo ver cómo es la vida y me hizo comprender que Dios existe, que la pobre estaba ahí, sufriendo.
-¿Qué tu madre se muriera es lo mejor que te ha pasado en la vida? ¿No es un poco catastrofista eso?
-Lo mejor que me ha pasado, sí, señor, en ese momento tuve clara la vida y entendí todo lo que me decían en misa.
-¿Lo mejor es que se muriera tu madre? ¡Venga ya! Y ¿por eso crees en Dios? ¡Pues yo me habría cabreado mucho con Dios si creyera en él y se muriera mi madre!
-Pues no, todo lo contrario.
-Menuda visión de la vida más triste, deberías no se, hacer algo divertido, yo qué sé.

Se levanta y coge una cerveza del frigorífico, lo piensa, pero finalmente le ofrece una al fontanero.

-¿Quieres una?
-No, gracias – dice mientras pone una especie de goma plástica encima del pequeño agujero que ha usado para meter el cable-. Abre el agua, esto debería estar.

Ella abre la llave de paso, él espera y abre el grifo.

-Ya está, había una obstrucción por la cal. Eso y que la caldera es mala, deberías cambiarla.

Mira incómoda el suelo mientras el hombre hace la factura.

-Para que la goma asiente no abras el agua caliente en una hora –dice mientras le pasa la factura, 80 eurazos por 15 minutos de trabajo, agujerear una tubería y raspar con un palito.

Busca el monedero dentro del bolso tirado en el salón, por suerte sacó dinero en previsión el día antes.

-Aquí tienes, gracias
-Dale recuerdos a tu hermano. Pasa un buen fin de semana
-Sí, claro, se los daré –aunque duda mucho que su hermano recuerde al hombre.

Miguel se dispone a irse, al agacharse para cerrar el maletín se escapa de su camisa un pequeño colgante de oro, una diminuta y elegante cruz. ¡Si tan solo lo hubiera visto antes!


Tessa cierra tras él y se apoya en la puerta, lo que la faltaba, una factura así, discutir de religión con un pazguato que estudió con su hermano y para colmo, sigue sin poder darse esa ducha caliente por la que lleva suspirando toda la mañana.
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Un fontanero se presenta en la casa del personaje y hablan de Dios
Febrero 2015
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Yavannna

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