Madrugar en sábado era
algo que le sentaba como una patada en las narices, pero que encima
la tuvieran esperando, era ya recochineo. Si al menos se hubiera dado
una ducha estaría de mejor humor, pero no, el señor fontanero no
podía ir el día antes por la tarde, ¡por favor, qué disparate!,
¿cómo iba él a trabajar un viernes a esas horas? Eso sí, estaba
dispuesto a hacerla el inmenso favor de ir el día siguiente a
primera hora.
Ya eran 12.00 y Tessa se
estaba fumando un cigarro aburrida; mientras, con la mano libre,
pegaba pequeños tirones a su corto pelo negro, sopesando lo bien que
le sentaría esa ducha caliente o bajar a tomar unas cañas, incluso
puede que fuera el día de hacer esos recados que llevaba dejando de
lado un tiempo. No podía entender por qué los fontaneros, los
mecánicos, el del gas y toda esa calaña que te cobra un ojo de la
cara tan solo por venir a tu casa, siempre te hacían esperar. Era
como el preámbulo de que algo no estaba bien, las pausas de los
médicos, los técnicos que reparan cosas, una antesala mortuoria.
Cuando finalmente sonó
el telefonillo ya se sentía como un pájaro enjaulado y no paraba de
dar vueltas por la casa. Lo cierto, es que era perfectamente capaz de
pasarse una mañana de sábado tan tranquila en casa, haciendo lo que
fuera, pero no así, esperando, sin poder lavar la taza de café del
desayuno, aunque cualquier otro día eso no la habría importado lo
más mínimo. ¡Si hasta había quitado la música!, había empezado
y dejado abierto boca abajo en el sofá un libro que le habían
recomendado hace tiempo y se había pintado las uñas de los pies de
puro tedio. Así que, cuando por fin sonó el timbre, se abalanzó
hacia la puerta.
-Buenos días, soy
Miguel, el fontanero, no vea si es complicado...
-¡Ya era hora!, ¡que me
dijo usted a primera hora ayer!
-Si claro, pero tiene que
entender que así, con tanta prisa... yo ya tenía que ir a una casa
y se ha complicado, porque mire, resulta que los señores han mojado
a los de abajo y que hemos tenido que llamar al seguro, y que
vinieran para dar el consentimiento, y luego el pintor, y que se han
puesto a discutir entre ellos, que yo estaba allí, parado, hasta que
me dijeran si podía picar para arreglarlo o no.
-Ahá, claro, claro. –La
furia pasa al desconcierto, sospecha que la excusa es totalmente
inventada, quizá porque el aliento del hombre huele a cerveza y
tiene toda la pinta de que ha estado tan ricamente, tomando el
aperitivo antes de decidirse a subir, pero no la ha dado ni tiempo a
reaccionar.
-Bueno, ¿y dónde decía
que estaba el problema?
Tessa pasa a la cocina
seguida del fontanero, es un espacio pequeño y rectangular, apenas
caben los dos allí.
-Es la tubería de la
caldera, lo primero que hice fue llamar al técnico, pero me dijo que
de eso se encargaba el fontanero, así que por eso le llamé.
-Ya veo. ¿Y qué le
ocurre exactamente?
-Cuando enciendo el agua
empieza a pitar y a moverse, si enciendo el agua caliente es como un
silbido fuerte y me da miedo que explote.
El hombre deja su caja de
herramientas sobre la encimera y saca un montón de aparatejos, mira
con ojo crítico la caldera.
-¿La llave del agua está
cerrada?
Tessa cierra la llave del
agua haciendo malabares entre la puerta del armario y la basura.
-Creo que el problema
puede ser debido a que...
Ella no escucha más que
un balbuceo, cada palabra que el hombre dice la suena a chino, así
que se dedica a observarle mientras asiente como si entendiese algo.
No es mucho mayor que ella, está algo gordo y parece saber lo que
hace, se toma su tiempo. Canturrea una canción mientras inspecciona
la avería, a Tessa inmediatamente le viene la melodía a la cabeza.
-Anda, si esa canción es
la de las Clarisas, no me diga que estudió en las Clarisas.
Él se vuelve,
sorprendido, sopesa a la mujer desaliñada que observa todo lo que
hace, intentado hacer memoria.
-Sí, en las Clarisas de
Atocha, hace ya mucho tiempo, pero de vez en cuando la canción me
vuelve y no sale de la cabeza, jamás.
-¿Y en qué año
estudiaste allí? Lo mismo hasta coincidimos.
-Pues salí de allí en
el 83, me fui a estudiar FP, no me ha ido mal desde entonces.
-¿De octavo?¿El 83? Mi
hermano hacía octavo en el 83, iba con la señorita Olga, todavía
me acuerdo de cómo se llamaba porque no paraba de decir que era una
bruja, que ni las monjas daban esos capones y se quejaba mucho –
Ríe – pero claro, es que mi hermano era un poco zote en geografía.
David se llama mi hermano.
-Yo iba con la hermana
Pura, pero sí que me acuerdo de tu hermano ¿el que estaba siempre
castigado en patio?
-El mismo. Quién lo
diría, ahora tan serio, pero de pequeño estaba siempre castigado,
sí.
-¿Y a ti también te
castigaban mucho?
-Bueno, cuando el
instituto si, sobre todo el padre Damián. No se si tu le conociste,
pero a mi me tenía frita.
-Sí, sí que le conocí
–introduce una especie de sonda por un pequeño agujero de la
tubería –a mí no me parecía muy duro
-Todo el día castigada –
enciende otro cigarrillo y aspira profundamente– también es que yo
me saltaba todas las clases de religión para irme al parque, pero es
que no había quién las aguantase, ¡menudo coñazo!, y luego claro,
venga a llamar a mis padres, ¡qué tiempos!
-¡Para una clase que a
mi se me daba bien! Yo no las recuerdo tan aburridas, la verdad
-Un coñazo, que si que
ya sé, que era un colegio de monjas, pero qué culpa tengo yo de que
mis padres me metieran allí, ¡vamos a ver! Menos mal que al final
me salí con la mía y me cambiaron al público. ¡No hay color!
El hombre no contesta y
sigue a su tarea, ahora tira de la sonda, luego la mueve y repite la
operación. Una fortuna será la cuenta vamos.
-Pufff todavía me
acuerdo de que me tuvieron un mes castigada después de clase por
cagarme en Dios, las muy brujas de las monjas.
-Pues merecido te lo
tenías, no se caga tan alto.
Recoge un par de hebras
de tabaco que hay sobre la mesa mientras mira la coronilla de su
antiguo compañero de colegio, sospechando que su último comentario
acaba de incrementar la factura considerablemente, así que total, de
perdidos al río.
-Hombre, no me digas que
las monjas no eran exageradas.
-No me lo parecían, no.
-Si todavía te gustaba
hasta lo de las misas.
-Pues ¿por qué no me
iba a gustar lo de las misas?
-No, si seguirás
creyendo en Dios y todo eso.
Se queda tan quieto que
ella nota la tensión en la nuca.
-Pues claro que si, y yo
no digo que todo el mundo tenga que creer, pero mejor nos iría, que
mira cómo está la sociedad ahora, llena de maleantes y
delincuentes.
-Y la culpa es porque no
creen en Dios.
-Pues sí, porque si
creyeran en Dios no habría tanto vago en la calle.
-Y yo, que no creo en
Dios, otra vaga ¿No?.
-Yo no he dicho eso, pero
sabes, a mi lo mejor que me ha pasado es que se muriera mi madre,
cuando yo tenía 11 años, eso me hizo ver cómo es la vida y me hizo
comprender que Dios existe, que la pobre estaba ahí, sufriendo.
-¿Qué tu madre se
muriera es lo mejor que te ha pasado en la vida? ¿No es un poco
catastrofista eso?
-Lo mejor que me ha
pasado, sí, señor, en ese momento tuve clara la vida y entendí
todo lo que me decían en misa.
-¿Lo mejor es que se
muriera tu madre? ¡Venga ya! Y ¿por eso crees en Dios? ¡Pues yo me
habría cabreado mucho con Dios si creyera en él y se muriera mi
madre!
-Pues no, todo lo
contrario.
-Menuda visión de la
vida más triste, deberías no se, hacer algo divertido, yo qué sé.
Se levanta y coge una
cerveza del frigorífico, lo piensa, pero finalmente le ofrece una al
fontanero.
-¿Quieres una?
-No, gracias – dice
mientras pone una especie de goma plástica encima del pequeño
agujero que ha usado para meter el cable-. Abre el agua, esto debería
estar.
Ella abre la llave de
paso, él espera y abre el grifo.
-Ya está, había una
obstrucción por la cal. Eso y que la caldera es mala, deberías
cambiarla.
Mira incómoda el suelo
mientras el hombre hace la factura.
-Para que la goma asiente
no abras el agua caliente en una hora –dice mientras le pasa la
factura, 80 eurazos por 15 minutos de trabajo, agujerear una tubería
y raspar con un palito.
Busca el monedero dentro
del bolso tirado en el salón, por suerte sacó dinero en previsión
el día antes.
-Aquí tienes, gracias
-Dale recuerdos a tu
hermano. Pasa un buen fin de semana
-Sí, claro, se los daré
–aunque duda mucho que su hermano recuerde al hombre.
Miguel se dispone a irse,
al agacharse para cerrar el maletín se escapa de su camisa un
pequeño colgante de oro, una diminuta y elegante cruz. ¡Si tan solo
lo hubiera visto antes!
Tessa cierra tras él y
se apoya en la puerta, lo que la faltaba, una factura así, discutir
de religión con un pazguato que estudió con su hermano y para
colmo, sigue sin poder darse esa ducha caliente por la que lleva
suspirando toda la mañana.
______________
Un fontanero se presenta en la casa del personaje y hablan de Dios
Febrero 2015
_______________
Yavannna
0 comentarios:
Publicar un comentario