lunes, 27 de abril de 2015

De profundis

Nunca dejó de soñarla. Su recuerdo le perturbaba cada noche, pesadilla implacable.
Podía recordar como si fuera ayer el olor salino del miedo en su cuerpo. La marea de sus sueños arrastraba cada noche aquellas sensaciones, de las que cada amanecer intentaba desprenderse, arrojándolas al abismo del olvido.
No podía dejar de soñarla -ya ni despierto-. El fantasmal rostro de la joven, mirada acuosa; la piel fría, ahora color del ocaso; el cabello enredado, tentacular, intentando arrastrarle al fondo junto a ella.
El olvido, al fin, se cobró su precio. Hundirse en el vacío, expirar a su lado.
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Presentado al II concurso de microrelatos de Vicalvaro
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Yavannna

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