Nunca
dejó de soñarla. Su recuerdo le perturbaba cada noche, pesadilla
implacable.
Podía
recordar como si fuera ayer el olor salino del miedo en su cuerpo. La
marea de sus sueños arrastraba cada noche aquellas sensaciones, de
las que cada amanecer intentaba desprenderse, arrojándolas al abismo
del olvido.
No
podía dejar de soñarla -ya ni despierto-. El fantasmal rostro de la
joven, mirada acuosa; la piel fría, ahora color del ocaso; el
cabello enredado, tentacular, intentando arrastrarle al fondo junto a
ella.
El
olvido, al fin, se cobró su precio. Hundirse en el vacío, expirar a
su lado.
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Presentado al II concurso de microrelatos de Vicalvaro
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Yavannna
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