viernes, 3 de octubre de 2014

A mala uva

Una pensaba que este blog estaba ya muerto, cuando de repente se da cuenta de que es una herramienta como otra cualquiera y dado que tenía que colgar unos cuantos relatos, ¿qué diablos? ¡Zombifiquémoslo!¡Démosle nueva vida! ¿Por qué no?

Segundo intento de volver a publicar el blog, lo se, espero que esta vez sea el definitivo.

De momento pego un relato que escribí hace casi un año para un concurso literario, este relato daría pie a otros que escribí para un curso, por eso lo he rescatado del olvido, por ser la semillita que al final acabó por germinar.

A mala uva


No podía dejar de observar el humo que ascendía pesado, quedo, azulado; con la parsimonia del que no quiere marcharse.

La habitación estaba en penumbra, por las rendijas de la persiana se colaba una luz verdosa e impersonal, esa maldita no-luz que le había acompañado desde su llegada.

La mujer yacía desnuda, tendida con la cabeza hundida contra el único sofá que había en la habitación, bajo ella, aquella mancha roja que comenzaba a espesarse, demasiado roja y líquida como para que solo fuera su sangre. Admiró la curvatura de la espalda de la mujer, lo hermoso de su torneado cuerpo pese a encontrarse en aquella postura, aquella situación. Se fijó en la copa volcada sobre el sofá, el líquido derramado sobre el frío cuerpo, tiñéndolo, convirtiéndolo en un hermoso cuadro macabro en rojos y blancos. Siempre le ocurría lo mismo, se fijaba en los pequeños detalles de la escena, desde que llegó allí era incapaz de fijarse en el todo, el TODO se le hacía inmenso, a tantos miles de kilómetros de distancia, quizá fuera por la maldita claridad ficticia que alumbraba a todas horas la ciudad.

La mujer había tenido compañía hasta hacía poco, su invitado había huido precipitadamente, no podía estar muy lejos del lugar, por mucho que las sustancias artificiales del cigarro termocíclico retuvieran el humo más tiempo de lo normal.
Volvió a revisar la escena, la sangre y el vino mezclados, la copa – ahora lo veía claro – no pertenecía a la mujer, pero ¿Dónde se encontraba la botella? Por el color juraría que aquello no era un sucedáneo de vino, que era del auténtico.

Bordeó el sofá, con cuidado de no pisar las manchas, de no mover el níveo y gélido cuerpo y la vio, en aquel rincón, tapada por las sombras difusas y el ambiente denso, casi oculta tras un cojín caído en la huida, una botella de buen vino, algo realmente sorprendente, obviamente la había traído el acompañante, el adusto apartamento indicaba que la mujer muerta no podía permitirse tales caprichos, allí el vino era difícil de conseguir y extremadamente caro, por supuesto allí no podía cultivarse la uva, la superficie era impracticable y la falsa luz mataba la vid, así que esa botella venía de Tierra, olía a sol, lluvia y hermosos recuerdos.

La otra copa se encontraba tirada en el suelo, cerca del cuerpo, pertenecía a la mujer con seguridad, por la mancha que había dejado en la alfombra, estaba casi vacía cuando el misterioso invitado emprendió su huida.

Se dio cuenta de que no había nadie en la escena, todos estaban buscando otras pruebas o realizando urgentes llamadas, con fría calma se acercó a la botella, con el empeine retiró el cojín que la tapaba y disimuladamente la escondió bajo el abrigo.

Esa noche encontrarían al asesino – en la superficie, rígido e hinchado - siempre sería un misterio por qué huyó llevando consigo una botella de vino, dejando atrás tantas incógnitas y ese asesinato, tan a mala uva.

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Yavannna

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